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martes, 23 de abril de 2013

I Evolution Trail Moratalla





Esperaba quitarme el regusto amargo que me dejó mi primera visita a la ciudad de Moratalla. Fue hace tres años, con ocasión de la afamada marcha cicloturista “Sierras de Moratalla”, que no pude terminar aquejado de lo que posteriormente me diagnosticaron como sinusitis, aunque también algo tendrían que ver las “cuestitis” que por aquellos terrenos se nos presentaron. Con esta esperanza y deseo me trasladé a esta singular ciudad murciana, puerta de acceso a una de las vertientes de la Sierra de Segura.

Esta ocasión, y a pesar de la distancia, unos ciento cincuenta kilómetros, decidí hacer viaje aquella misma madrugada, por ello, y con el recuerdo de la duración de aquel primer trayecto, me puse en pie a las tres de la mañana –aunque para lo que dormí, casi hubiera sido mejor ni desarreglar la cama-. Poco antes de la cinco de la mañana, ya estaba entrando en la ciudad, pensando que iba genial de tiempo, ya que la salida estaba prevista a las seis, y que la primera estrategia del día iba a salir redonda.

La recogida de dorsales, para los que no lo habíamos hecho el día anterior, era en la misma línea de salida, en la Plaza de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Perfecto, una plaza con su iglesia sería fácil de encontrar, además es que se ve la torre de la iglesia desde cualquier punto de acceso; silueta característica del municipio junto a la torre del homenaje de su Castillo.  El problema es que la llegada estaba en el polideportivo, y sabía que la distancia entre un punto y otro era considerable, por lo que decidí ir en busca del dorsal y posteriormente dejar el coche lo más próximo a aquel polideportivo. En aquellas estaba yo, me meto por la dirección que indicaban unos paneles de información, por empinadas y tortuosas calles en busca de mi destino, estrechándose y comprimiéndome, no observando mas indicación de “Iglesia” que aquel primer panel que me animó a la aventura, eran las cinco de la mañana, no se veía un alma por la calle y los únicos espacios que pudiera haber aprovechado para estacionar el vehículo estaban ocupados por otros, así que no tuve más remedio que seguir el serpenteo de aquella calle hasta que finalmente me escupió a las afueras.

Bueno, no había que desalentarse, aún quedaba la infantería. El siguiente plan: abandonar el vehículo y atacar a pie “la ciudadela” en un mano a mano. ¡Ja, qué fácil!, no contaba que la estrechez de aquellas calles impedían la visión de mi punto de referencia, que seguía siendo aquella torre de iglesia que impasible se jactaba de ver a otros que como yo en vano la buscaban, dificultando su consecución lo intempestivo del horario con ausencia de moratalleros e indicaciones concretas del lugar. Unos nos preguntábamos a otros, y ninguno sabíamos cómo llegar, finalmente la luz de un horno de panadería me animó a interrumpir la labor de los que en el trabajaban, “a todos les pasa lo mismo, ya me han preguntado varios” –me dijo el panadero,  con tono resignado. ¡Mal de muchos…!. –pensé.

Eran las cinco y veinte de la mañana, y por fin estaba bajo aquel deseado campanario, en una plaza tipo balcón con vistas ¡lástima que fuera de noche!. ¡Y los dorsales?, los quince o veinte que estaban allí, decían que estaban esperando lo mismo, pero que no habían empezado todavía a entregarlos. Entretanto los de la empresa de cronometraje se afanaban en instalar unas “borriquetas” y sobre ellas, unos tableros que hacían las veces de improvisada mesa, todo ello mientras se excusaban por la tardanza. Mientras el resto, coincidíamos en la no poca dificultad que se nos había presentado para encontrar el acceso a aquel lugar y nos resignábamos a salir con cierto retraso tras sopesar el tiempo que podía llevarnos regresar a los vehículos, trasladarlos a las proximidades del polideportivo y regresar nuevamente a aquel precioso y recóndito lugar, que tan diligente y milagrosamente encontró aquel rayo  que por esas impactó contra el Cristo al que actualmente apellidan “del Rayo” y que tanto veneran en el municipio; quizás sería este el motivo de la decisión de una segunda residencia, y por cuya linde transcurría la competición como posteriormente relataré.

Tras terminar con aquel trasiego, y una vez ataviado, de regreso a aquella misma Plaza, tuve que reconducir a un numeroso grupo de corredores, que de la misma guisa, pero con el dorsal recogido el día anterior en el pabellón del polideportivo, empezaban a tener los mismos problemas que los recién llegados unos minutos antes. Ya en la línea de salida, algo menos de ochenta corredores, nos amontonábamos amistosamente y expectantes, aunque según informaban los organizadores esperábamos a la llegada de dos corredores que con retraso y a la carrera se incorporaban, poniendo fin de este modo a la desesperación que mostraba un compañero de los ausentes, que era quien había presentado la súplica para alargar la espera. Así pues, unos diez minutos más tarde, comenzamos esta Ultra que sobre el papel podía ser toda una aventura, sobretodo para los que como yo teníamos recién recogido el “carnet de corredor de montaña” tras concluir “La Perimetral a Benissa”, ya que presentaba algo más de distancia y desnivel; cosa que no me extrañaba después de aquella primera toma de contacto con estos parajes. Con aquella incertidumbre, inicié la salida, junto a "Sergio", otro corredor que conocí en aquellos penosos kilómetros de recorrido hacia Benissa, del mismo modo intrigado por lo que se nos presentaba.

El inicio bastante más controlado y lento que el de Benissa, se veía en el perfil que la primera dificultad la tendríamos nada más salir de la localidad, en dirección a la Sierra aledaña y concretamente a su pico, que recibe el mismo nombre “del Buitre”, o mil cuatrocientos metros le puedes llamar, que del mismo modo que aquella escurridiza torre de Iglesia, es visible desde cualquier punto de la localidad, coronado por unas antenas, y del mismo modo con su acceso dificultado por una larga y empinada subida, aunque en este caso de más de una hora de duración. Ya en su cima, las vistas que ofrece resultan impresionantes, aunque empañadas por bancos de niebla y la aún escasa luz diurna. Descrestamos por su vertiente noroeste, en una bajada que presentaba inicialmente cierta dificultad por la conjunción de desnivel y piedras tipo grava suelta, facilitando los peligrosos resbalones, para posteriormente salir a una pista de tierra sin más.


Prácticamente fuimos haciendo todo el recorrido de pista en pista, y algunos tramos de senda para enlazarlas, sin grandes dificultades técnicas, los desniveles parecían bastante accesibles para el entorno que lo rodeaba, ya que nos custodiaban cumbres y picos bastante más elevados que el trayecto que seguíamos, esperándolos “atacar” en cualquier momento, ya que pasaban los kilómetros y no creía que de otro modo pudiera salir el desnivel publicitado. El recorrido, a la espera de lo mejor, precioso, rodeado de pinos, sabinas y encinas, ambientado con niebla a media altura en gran parte del recorrido, favoreciendo una temperatura fresca que facilitaba la refrigeración de los corredores, y salpimentado con diversos arroyos que cruzamos a salto de piedra, con más o menos acierto dependiendo de la elección de paso.

Los avituallamientos bien, y con vasos de plástico –a pesar de las indicaciones previas de ausencia, según la ficha técnica- salvo los dos o tres últimos, tras despojarme en uno de los anteriores del cubilete de plástico que advertía la organización que sería necesario portar para reponer líquidos, y que me acompañó enganchado en mi mochila durante la parte de la carrera que no fue necesario su uso. Del mismo modo, portaba un silbato, que según aquella misma ficha resultaba imprescindible para afrontar con garantías de supervivencia la prueba, y que después de varias horas con el acompañamiento del soniquete que me ofrecía su “guisante” le cogí tal cariño que no fui capaz de desprenderme de el, quizás también por miedo a que me resultara necesario en los kilómetros finales ¡y por qué no decirlo!, afligido por los sesenta céntimos que pagué por el en “el chino”. Tal eran los “arreos” que portaba que quizás supusieron un plus de dificultad tal que pudiera explicar los padecimientos que llegué a experimentar, que sin alcanzar a los de mi bautismo de Benissa sí que en algún momento temí revivir.

El trayecto estaba perfectamente balizado, con sus cintas, aunque en algunos tramos bastante distanciadas entre sí, de hecho algún corredor de los cabeceros tuvo algún “lapsus” en el trazado y me pasó hasta dos veces por ese motivo, yo “iba de campo” y no me importaba mucho, y en la segunda ocasión me preguntó en la posición que estaba, y le dije que el veinticuatro, cuando posteriormente me enteré que no iba más del doce; y la explicación a tan mayúsculo despiste la tiene la información que había recibido en un avituallamiento anterior, que si estaban suficientemente surtidos de vituallas, también lo estaban de información confusa, ya que señalaban puntos kilométricos que en ningún caso se correspondían con los que recogían los “gps” de los corredores e incluso al preguntar por la posición me espetaron que iba el dieciocho, cuando estábamos en él cuatro corredores, y todo ello poco antes de que me pidiera el otro aquella información; así que… ¡yo no he sido, lo siento!.

¿Sabéis eso de lo de “la soledad del corredor de montaña”?, pues en esas estaba, cuando llego a un cruce, de pistas por supuesto, en el que había un grupo de "caminantes" –los “walking dead” me hubieran hecho algún caso- no veo cintas, sigo de frente, y me llama la atención la ausencia continuada de cintas, decido dar la vuelta y retornar a aquel cruce, y preguntar al grupo que me había visto y que estaba claro que si no me habían alertado del trayecto erróneo era porque posiblemente ellos acaban de llegar al lugar procedentes de alguna dirección por la que no discurría el trazado. Cuál fue mi sorpresa, cuando llego nuevamente a su altura, pregunto, y me dicen que habían pasado algunos corredores antes que yo, que habían hecho la misma corrección, y que cuando uno de ellos les ha informado que el trayecto se dirigía a los “Baños de Somogil”  los habían encaminado en la única dirección posible, que no era otra que una dirección distinta a la que instintivamente habíamos tomado; ¡qué güevos!. Allí  que voy, y después de unos cuatrocientos metros, en aquella nueva dirección, mosqueado porque seguía sin ver cintas y no fiándome de las indicaciones de estos “güevones”, me vuelvo, me encuentro a dos corredores más, les advierto de la situación, y decidimos arriesgarnos con la dirección que aquellos me habían indicado, y que ya no pudieron ratificar, porque ya habían “volado” del lugar. Después de aproximadamente quinientos metros, volvieron a aparecer las cintas.

El trazado discurría por el interior del Barranco de Hondares, que guía el cauce al Río Alhárabe, en los que se crean los Baños de Somogil –o eso creo-, el caso que es un paraje único, la vegetación frondosa y singular, y los “Baños” son unas pozas rebosantes de agua cristalina, que invitan al baño -lástima que el tiempo no acompañara-al parecer hay una de ellas con agua termal, dicen que está a veinticuatro grados durante todo el año, no vi indicación alguna y no estaba yo para ir tanteando la temperatura de cada una de aquellas bañeras naturales.

Nos sacaron de aquel barrando por una pista, en dirección al “Rincón del Agua”, según el detalle del perfil del recorrido que nos facilitó la organización, era el último avituallamiento, al que llegamos por un empinada senda, custodiada por algunas centenarias encinas, tras este avituallamiento, y por una pista, rodeábamos el Pico del Fraile, en la Sierra de los Álamos, que nos conducía al Santuario de la Casa de Cristo –segunda residencia, tras aquella certera descarga eléctrica-, ya era todo bajada desde aquel lugar por senda sin gran dificultad, hasta salir a la carretera de San Juan, escuchando de fondo la megafonía de Meta, en la que sabía que por el lugar de ubicación no podía estar muy concurrida, como así fue, no obstante no pude más que agradecer el calor con el que nos recibían los organizadores y colaboradores que allí se encontraban y que tras su paso y felicitaciones, te colgaban una medalla de “Finisher” para inmediatamente después indicarte que te quedaba un último obstáculo, que ya conocía de aquella frustrada marcha cicloturista, y que no era otro, que la empinada escalinata de acceso al polideportivo desde la carretera, y que resultaba quizás más dura en su bajada emulando a “chiquito de la calzada”, y tras su ascenso, como recompensa, te entregaban una surtida bolsa de corredor, al uso en este tipo de carreras: con su camiseta (muy chula), un “buff” (no de la marca), caramelos enriquecidos con vitamina C, “propandanga” variada, crema “pa el pelo” o “pa darle brillo a la testa” si no lo tienes, y la bolsa en si, que viene muy bien para meter la ropa sucia. Ya para rematar los “siempreternos” macarrones –eran los mismos que me pusieron en aquella cicloturista-, y que ya nos presentaron en el cuarto avituallamiento, y unas latas de cerveza que es lo mejor. A la paella creo que llegué pronto, únicamente vi que la ponían al fuego, el año que viene me baño en Somogil y así llego al arroz en su punto.

Finalmente, ocho horas y veinte minutos, setenta kilómetros de recorrido y mil metros menos de desnivel que el publicitado por la organización; que ¡ni falta que hacen!; y el puesto vigésimo.   Enhorabuena “Sebas Sánchez”, ¡cuídate!.